Acerca de aquello que alguna vez vimos y se perdió en la bruma de los días.
TRAMPAS A LA FE
He pasado el verano leyendo y escribiendo. En ese orden. Las obsesiones no son sanas, tampoco inocentes. Hay obsesiones que quedan relampagueando en un infinito gelatinoso que algunos llaman locura, yo, trampa al destino de semen y ceniza.
Jamás me planteo si debiera estar haciendo otra cosa en vez de escribir, no: ya pasó el tiempo de las incertidumbres. Hay dudas que no merecen análisis. Escribir es caminar sobre un margen, donde el espíritu carece de defensa ante los fantasmas que lo asaltan y se rinde a la fuerza intemporal del dolor y la desolación que deja el postoperatorio escritural. Cementerio de párrafos.
Por momentos me aterroriza percibir el mundo y mi fe en la consolación literaria. Pero soy un hombre de fe, por eso escribo mi propio Corán. ¿Cuando percibo que el mundo es un lugar equivocado para vivir? Cuando termino de releer a Rilke, por ejemplo, o alguna de esas lecturas que inician una rebelión contra nosotros mismos, cuando la cifra que resulta del axioma de lo Irreparable da un gustito a nada.
He pasado el verano enterrado en un rincón de casa, otros en la playa. Son elecciones y no quiero decir que lo mío sea acertado. No. Todo es patología, hasta la vida, a veces, es un pequeño prejuicio del destino.
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