Sobre la obra de Macedonio Fernández y Rayuela de Julio Cortázar
MACEDONIO FERNÁNDEZ
“Todo cuanto es y hay es un sentir y es lo que cada uno de nosotros ha sido siempre y continuadamente.”
Macedonio Fernández. Museo de la novela de la Eterna.
En 1967 se edita el Museo de la novela de la Eterna, una obra de aquel “semidios acriollado”, como definiría Borges a Macedonio Fernández, quién diría de él mismo que “Soy un convencido de que jamás lograré escribir”[1]. Macedonio elabora una obra donde permanecen algunas obsesiones, por ejemplo la irrealidad de lo “leíble” (para utilizar sus propias palabras). Agrega más adelante, respecto a no leer que es algo así “como un mutismo pasivo, escribir es el verdadero modo de no leer y de vengarse de haber leído tanto”[2].
Los aspectos más importantes de la poética o “antipoética” de Macedonio Fernández se podrían resumir en los siguientes:
En primer lugar, la fragmentariedad. En Papeles de Recienvenido, el título ya aduce a la misma, al desorden, a aquel concepto de lo ordenado que para Macedonio se traduce en Perfección, (“Yo bien comprendo que mi obra os dejará esperando la Perfección”) en la solemne infatuidad de la completud imposible. En Confesiones de un recién llegado al mundo literario, la carente producción de material literario por parte suya le hace confesar que “Para una persona que por primera vez es un recién llegado, esto le confunde de tal manera que le entra el sentimiento de que lo están viendo por la calle desnudo saliendo de una sastrería.”[3]
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LETURA
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