“He llegado a creer que la forma más apropiada para esta búsqueda (de la verdad) consiste en un género híbrido: un relato, sí, pero ejemplar, en este caso, la historia de una aventura del entendimiento”
Todorov en Crítica de la Crítica
“La cultura puede hasta ser descrita simplemente como aquello que hace que la vida valga la pena de ser vivida.”
T.S. Elliot en Apuntes para una definición de Cultura
Una Foto De Guerra
Recuerdo una foto de una enciclopedia inmensa para mi tamaño de niño, que gustaba hojear en mi infancia. En Historia Contemporánea, dentro de la sección de Segunda Guerra Mundial, había varias fotos, pero mis ojos se detenían ante una en particular, la misma tenía el siguiente epígrafe: Desembarco de la infantería norteamericana en una playa de las islas Salomón. No hace mucho traje a mi casa aquellos obsoletos tomos de esa enciclopedia, sin otra utilidad concreta que ver nuevamente aquella fotografía.
Ahora la tengo ante mis ojos nuevamente: la misma es bastante oscura, casi todos los rostros de los soldados están en sombra, pueden verse sus cuerpos agazapados, casi reptando sobre la playa barrosa, la mojada camisa pegada a la espalda de un soldado, las manos yertas aferradas a los fusiles, una espesa selva de árboles altos; el agua (no sé por qué lo imaginaba y aún la imagino) muy fría y sobre el horizonte brumoso, la espalda de un jefe que mira atento el movimiento de los infinitos soldados. La posición del mismo fotógrafo me da indicios que está parado sobre el agua, quizá con el torso apenas emergiendo de las olas y en sus manos, la cámara. Sin embargo, hay sólo un rostro que puedo ver claramente: alguien en el extremo inferior derecho del cuadro: mira hacia un costado exponiendo brevemente parte de su cara al campo de visión de la lente, en el preciso momento que el fotógrafo acciona su disparador. Mi mente de niño curioso se preguntaba: ¿Qué habrá sido de ese muchacho?; ¿habrá sobrevivido?; ¿qué destino tuvo?; ¿y el fotógrafo?
El Ojo Preguntón
Podía interpelar a aquella fotografía como quien interpela a la vida misma y a sus incógnitas, como a sus miles de preguntas sin repuestas y si en algo debo justificar mi acercamiento a las grandes incógnitas del mundo, y tal vez al arte, en parte debo agradecer al dedo insospechado de aquél fotógrafo anónimo, tal vez más soldado que fotógrafo, quien disparó una foto para que la secuencia infnita de los hechos se encadenaran hasta llegar a los ojos de un niño que pasaba horas ante ella, deslizando su vista sobre esos desconocidos, en ese instante arrojados a una muerte cercana. Ante ese vértigo inaprehensible se sacudía mi pensamiento; y en ese reflejo veloz se estrella la fotografía que se sucede a cada instante en el mundo y desafía el paso del tiempo.
La interpretación es la mediación nunca perfecta entre hombre y mundo, dice Gadamer y, tal vez en esa mediación yacía mi obsesión por aquella fotografía desconocida y lejana. Un deseo se encolumnaba tras mi ojo preguntón: “el privilegio de un deseo que asedia al sujeto no puede caer en desuso, así se retome cien veces el giro del laberinto en el que el fuego de un encuentro ha impreso su blasón”, como dice Lacan.[1]
Nunca me pregunté por las razones de aquel deseo, “el que tiene por dios a la razón, nace sólo una vez, e incompleto permanece con explicaciones objetivas que le permiten vivir sin sentido, lejos del misterio, lejos de lo sagrado y sin dolor.”[2] Nunca indagué acerca de esa fruición que me lastimaba cuando observaba la foto en cuestión. Años después, mis lecturas adultas me llevaron a encontrar “La cámara lúcida” de Roland Barthes y allí hubo un hallazgo: este pensador ponía en palabras lo que en algún momento había sentido al mirar esa fotografía: el punctum; según Barthes es ese pinchazo, ese aguijoneo, que me punza, pero también me lastima[3]; el mismo puede emerger de un objeto o un gesto de lo fotografiado que no necesariamente ha sido conciente para el fotógrafo. Allí estaba mi punctum: en el rostro en sombras de ese muchacho que abría brevemente su boca como aspirando una bocanada de aire, tal vez resoplando de cansancio o de miedo, antes de internarse con sus compañeros en la selva definitiva. Dice Barthes “la fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente”. Yo, como niño, tenía la certeza despiadada de que “eso” había sucedido, allí estaba ese documento de la cultura, -que puede ser también un documento de la barbarie, como diría Benjamin-, atroz testigo de un tiempo en el cual yo no estaba, pero “eso” sí estuvo. Y aquí cito a Camus, quien, refiriéndose a las obras de arte, dice que “es de la muerte que reciben su sentido definitivo”[4], y en la fotografía sucede exactamente esto: la certeza que eso ya no está allí transmite su carga semántica y se fortifica en esa seguridad que aquello debe significar constantemente para siempre lo que allí está. El referente permanece impertérrito.
Monet Y Su Cámara En El Pincel
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MUCHAS GRACIAS
LETURA
2 comentarios:
Es lo que la fotografía me dio a mí: el don de poder mirar viendo, la habilidad de observar esas imágenes que congeladas, siguen moviéndose en mis ojos.
La fotografía es nada menos que una puerta a la imaginación, y eso en parte es lo que entendí también de tu ensayo.
Eso.
Gracias, Juan Pablo.
El blog es mío.
Gracias por tus comentarios, demasiados halagadores para mi gusto.
Extraño mentes como la tuya: cada vez escasean más en nuestros tiempos.
Un abrazo desde el alma y toda la suerte del mundo.
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