Escribir la danza del
miedo.
Escribir el júbilo
del desamparo que se abandona en una porción de destrozo y fatalidad.
Escribir en todo no.
Escribir sobre el
himen roto del espejo que retroalimenta los despojos de la banalidad.
Escribir porque no
hay mundo sino lo reescribo y no lo creo sino lo leo.
Escribir la
morfología de la violencia.
Escribir ante el
terror en los signos minúsculos del infortunio biológico.
Escribir la desmesura
de lo silenciado en la constelación de la duda.
Escribir el sentido
de la alucinación que nos alfabetiza.
Escribir en la más absoluta nulidad de pensamiento, dibujando
letras con un trocito de fémur arácnido en la arena despejada de la
conciencia.
Escribir la hora nunca.
Escribir la contradicción y el comienzo de la
catástrofe.
Escribir la frivolidad de lo eterno.
Escribir para ordenar la nada.
Escribir ríos
subterráneos para ahogarnos.
Escribir la palabra
en celo.
Escribir la
impugnación de la alegría, sin ninguna intención teórica ni objeto razonable.
Escribir
ilegítimamente.
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