LA METÁFORA DEL PADRE

Acerca de
Silvio Mattoni
El País de las Larvas (2001, Paradiso ediciones, 47 pags)


Un amigo me hizo llegar este libro. Lo he leído con avidez. Encontré una exploración al límite sobre la semántica de la pérdida y el olvido. Mattoni vuelve a sus raíces, a poner en duda lo aprendido, la educación sentimental, el origen. El libro, que por momentos se parece a una larga narración, comienza con una cita de La Eneida:

“Tua me, genitor, tua tristis imago saepius occurrens haec limina tendere adegit”.

Sin duda que esa entristecida imagen del padre que concurre a la mente de Eneas, también es la que acude a los versos de Mattoni, los cruza, para, al fin, clavarlo en un umbral:

¿Debo entregar a la muerte la altura / severa de mi padre? Sus negocios / no lo dejaban verme, parecía / que miraba el horizonte sin relieve / condenándome al ángulo inferior / de sus ojos. Los versos distingidos / que le escribí a mi madre nunca / lo encontraron. No podía firmar / esas ficciones olvidadas. Una idea, / extraída del recorte de mis frases / sutilmente encadenadas, ya era / excesivamente inútil para él. / Mi cara no conserva rasgos suyos, / hilo que me ata a mi madre mientras velo / su cuerpo encajonado. ¿Estará / en sístole o en díastole el órgano súbitamente destruido? Entiendo / la sencillez de sus manías, los lugares / comunes que transitaba. No habrá / público para este mal espectáculo. / Ni una palabra, ni un gesto, no pondré / su nombre muerto en mi literatura.

Con una concisión hiriente, Mattoni cronica el desmoronamiento de la progenitura construida socialmente y abjura de la misma. Pone en duda las máximas que enlazan los vínculos padre-hijo:

Tuve el hijo que quise tener, / él no quiso tener el que tuvo. / (...) Ay, pero no sabías hacia dónde / corre tu hijo, adelante, muy lejos / de tus deseos de multiplicación / de dinero y descendientes.

El yo lírico, el cual se construye a través de su oficio –es pintor-, elabora a través del arte la secuencia infinita de la vida y la muerte:

Todavía me pregunto cuánto falta / para que hasta los huesos se hagan polvo. / Al menos este óleo va a durar / más que los cuerpos de quienes lo miren.


Hay momentos de un lirismo desgarrador:

Café para traer alguna idea / luminosa mientras dure la noche. / Como todos, tu padre fue el mejor / que podías tener. Al fin supo dejar / de sufrir. Ese dolor producido por el trabajo del cuerpo que decide / invertir el crecimiento. Las inyecciones / lo volvían sutil, flotaba en la camilla / del hospital y su voz resonaba / como si pasara por debajo / del arco de la cintura. Vivió, / ya no está más y lo recordaremos: / un instante escondido tras el biombo / amarillento del olvido. Sólo vos / dibujarás esa silueta ausente / y alargada, flecha impresa al lado / de tu círculo. Algunos días / sentirás el avance de las horas / más parecidas a los años. En mí, / las estaciones duran un minuto.

Una atmósfera sombría deja una estela de voces que recojen las astillas del dolor, poniendo en jaque la condición mortal:

¿Enterraremos a los viejos / para saber al fin qué hacer / con los que no dejan ni un gramo / de carne en los jardines fúnebres?

Silvio Mattoni, quien estuvo hace poco por la UNSL dando un curso sobre Orfeo y el arte, nació en Córdoba en 1969. Tiene publicado El bizantino (1994), Tres poemas dramáticos (1995), Sagitario (1998) y Canéforas (2000). Ha traducido a Francis Ponge, Mario Luzi, Catulo, Paul Valéry, Francesco Nappo, Yves Bonnefoy, Robert Marteau y Marguerite Duras entre otros.

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