AMAR LO DESCONOCIDO


Hoy, una alumna se acercó y me dijo, yo sé cómo es usted. Semejante hipérbole es incapaz de sostenerse en la mañana de un lunes a primera hora. Supongo que la miré con el rostro desencajado, quizá aún no había sacado el material de trabajo de mi mochila y me quedé observando la carita presa de una autoestima demasiado inaccesible para cualquier hombre que haya traspasado confiadamente la mitad de su vida. Ah, sí, pregunté. Ella metió el capuchón de la Bic en la boca y respondió con firmeza: Sí, porque usted es como es, transparente. Debo confesar que respiré aliviado. Ahá, dije, y cómo ha llegado usted a esa conclusión, volví a inquirir. El capuchón azul salió de su boca, lo metió diestramente en la Bic que lo esperaba allí, entre sus manos y dijo: Porque cuando nos lee un poema o un relato se emociona y siente lo que lee.
Me dejó sin palabras. Cualquier admonición académica a esa altura era estéril, no agregaba nada a sus palabras.
Fugazmente, pensé en cuánto le quedaba por vivir, por sentir, por descubrir en esta vida a la que hemos sido arrojados. Pensé que seguramente ella me trascendería, amaría, tendría hijos y envejecería como cualquier mortal. Pensé en esa potencia inescrutable que es la literatura que nos unía inexorablemente en un lugar espacio tiempo del mundo al menos por unas horas, nos hería de finitud y desnudaba nuestra contingencia.
Quién necesita amar lo inescrutable para vivir cada día. Oficio penumbroso y diáfano a la vez.
Está bien, dije, siéntese ahora.
Y se sentó. Volví a mirar el tema del día que debía dar en mis anotaciones; tomé aire y resolví, como siempre, como desde hace años que lo hago, aunque el oficio se confunda con el amor y el desdén de las planificaciones escolares, tomar un libro y empezar a leer: “Pienso que en este momento / nadie piensa en mí,…”. Ellos me oían; algunos con sus mandíbulas apoyadas sobre sus manos; otros recostados sobre sus asientos; otros, mirando distraídamente hacia la ventana, a través de la cual se veían los árboles humedecidos por la garúa gris.
Agradecí mi oficio, agradecí la palabra, agradecí tener voz para darle vida.
Era sólo un día más. Irrepetible como un día más que pasa y no vuelve: fugaz como la vida misma y, a la vez, tan eterno "como el agua y el aire.”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario